Creemos que la Biblia es la revelación escrita de Dios al hombre, dada por el Espíritu Santo, siendo la Palabra de Dios inspirada en todas sus partes por igual. (1 Corintios 2:7-14; 2 Pedro 1:20-21). Es la revelación objetiva, proposicional, verbalmente inspirada en cada palabra, absolutamente inerrante en los documentos originales, infalible, y exhalada por Dios. (1 Tesalonicenses 2:13; 1 Corintios 2:13; 2 Timoteo 3:16). La Biblia constituye el único estándar infalible de fe y práctica (Mateo 5:18; 24:35; Juan 10:35; 16:12-13; 17:17; 1 Corintios 2:13; 2 Timoteo 3:15-17; Hebreos 4:12; 2 Pedro 1:20-21).
Creemos que no hay más que un Dios Vivo y Verdadero (Deuteronomio 6:4; Isaías 45:5-7; 1 Corintios 8:4), Perfecto en todos Sus atributos, uno en esencia, existiendo eternamente en tres Personas: Padre (Jehová), Hijo (Jesús) y Espíritu Santo (Mateo 28:19; 2 Corintios 13:14).
Creemos que Dios el Padre, la primera persona de la Trinidad, ordena y dispone todas las cosas de acuerdo a Su propósito y gracia (Salmo 145:8-9; 1 Corintios 8:6). Él es el Creador de todas las cosas (Génesis 1:1-31; Efesios 3:9). Como el único Gobernante absoluto y omnipotente en el universo, Él es soberano en la creación, providencia, y redención (Salmo 103:19; Romanos 11:36). Su paternidad involucra tanto Su designación dentro de la Trinidad como Su relación con la humanidad. Como el Creador Él es Padre de todos los hombres (Efesios 4:6), pero Él únicamente es el Padre espiritual de los creyentes (Romanos 8:14; 2 Corintios 6:18). Él ha decretado para Su propia gloria todas las cosas que suceden (Efesios 1:11). Él continuamente sostiene, dirige, y gobierna a todas las criaturas y a todos los acontecimientos (1 Crónicas 29:11). En Su soberanía Él no es ni el autor de ni el que aprueba el pecado (Habacuc 1:13; Juan 8:38-47), ni tampoco anula la responsabilidad de criaturas morales e inteligentes (1 Pedro 1:17). En Su gracia Él ha escogido desde la eternidad pasada a aquellos a quienes Él ha determinado que sean suyos (Efesios 1:4-6); Él salva del pecado a todos los que vienen a Él por medio de Jesucristo; Él adopta como suyos a todos aquellos que vienen a Él; y Él se convierte, al adoptarlos, en Padre de los Suyos (Juan 1:12; Romanos 8:15; Gálatas 4:5; Hebreos 12:5-9).
Creemos que nuestro Señor Jesucristo nació de una virgen (Isaías 7:14; Mateo 1:23, 25; Lucas 1:26-35); que Él era Dios encarnado (Juan 1:1, 14); y que el propósito de la encarnación fue revelar a Dios, redimir a los hombres, y gobernar sobre el reino de Dios (Salmo 2:7-9; Isaías 9:6; Juan 1:29; Filipenses 2:9-11; Hebreos 7:25-26; 1 Pedro 1:18-19).
Creemos que nuestro Señor Jesucristo llevó a cabo nuestra redención por medio del derramamiento de Su sangre y de Su muerte sacrificial en la cruz y que Su muerte fue voluntaria, vicaria, sustitutiva, propiciatoria, y redentora (Juan 10:15; Romanos 3:24-25; 5:8; 1 Pedro 2:24). Debido a que la muerte de nuestro Señor Jesucristo fue eficaz, el pecador que cree en Él es liberado del castigo, la paga, el poder, y un día, de la presencia misma del pecado; y que al que es declarado justo, se le otorga vida eterna, y es adoptado en la familia de Dios (Romanos 3:25; 5:8-9; 2 Corintios 5:14-15; 1 Pedro 2:24; 3:18).
Creemos que nuestra justificación es asegurada por Su resurrección literal, física de los muertos y que Él ahora, después de haber ascendido, está a la diestra del Padre, en donde ahora Él es nuestro mediador como Abogado y Sumo Sacerdote (Mateo 28:6; Lucas 24:38-39; Hechos 2:30-31; Romanos 4:25; 8:34; Hebreos 7:25; 9:24 1 Juan 2:1).
Creemos que, en la resurrección de Jesucristo de la tumba, Dios confirmó la deidad de Su Hijo y demostró que Dios ha aceptado la obra expiatoria de Cristo en la cruz. La resurrección corporal de Jesús también es la garantía de una vida de resurrección futura para todos los creyentes (Juan 5:26-29; 14:19; Romanos 1:4; 4:25; 6:5-10; 1 Corintios 15:20-23).
Creemos que Jesucristo regresará para recibir a la iglesia, la cual es Su Cuerpo, en el arrebatamiento, y al regresar con Su iglesia en gloria, establecerá Su reino milenial en la tierra (Hechos 1:9-11; 1 Tesalonicenses 4:13-18; Apocalipsis 20).
Creemos que el Señor Jesucristo es Aquel a través de Quien Dios juzgará a toda la humanidad (Juan 5:22-23): a) creyentes (1 Corintios 3:10-15; 2 Corintios 5:10) b) habitantes de la tierra que estén vivos cuando Él regrese en gloria (Mateo 25:31-46). C) muertos incrédulos ante el Gran Trono Blanco (Apocalipsis 20:11-15).
Como el Mediador entre Dios y el hombre (1 Timoteo 2:5), la Cabeza de Su Cuerpo que es la iglesia (Efesios 1:22; 5:23; Colosenses 1:18), y el Rey universal venidero, Quien reinará en el trono de David (Isaías 9:6; Lucas 1:31-33), Él es el Juez que tiene la última palabra de todos aquellos que no confían en Él como Señor y Salvador (Mateo 25:14-46; Hechos 17:30-31).
Creemos que el Espíritu Santo es una Persona divina, eterna, no derivada, que posee todos los atributos de personalidad y deidad incluyendo intelecto (1 Corintios 2:10-13), emociones (Efesios 4:30), voluntad (1 Corintios 12:11, eternidad (Hebreos 9:14), omnipresencia (Salmo 139:7-10), omnisciencia (Isaías 40:13-14), omnipotencia (Romanos 15:13), y veracidad (Juan 16:13). En todos los atributos divinos y en sustancia Él es igual al Padre y al Hijo (Mateo 28:19; Hechos 5:3-4; 28:25-26; 1 Corintios 12:4-6; 2 Corintios 13:14; y Jeremías 31:31-34 con Hebreos 10:15-17).
El Espíritu Santo ejecuta la voluntad divina en relación a toda la humanidad. Reconocemos Su actividad soberana en la creación (Génesis 1:2), la encarnación (Mateo 1:18), la revelación escrita (2 Pedro 1:20-21), y la obra de salvación (Juan 3:5-7).
La obra del Espíritu Santo en esta época comenzó en Pentecostés cuando Él descendió del Padre como fue prometido por Jesús (Juan 14:16-17; 15:26) para iniciar y completar la edificación del Cuerpo de Cristo, el cual es Su iglesia (1 Corintios 12:13). El amplio espectro de Su actividad divina incluye convencer al mundo de pecado, de justicia, y de juicio; glorificando al Señor Jesucristo y transformando a los creyentes a la imagen de Cristo (Juan 16:7-9; Hechos 1:5; 2:4; Romanos 8:9; 2 Corintios 3:6; Efesios 1:13).
El Espíritu Santo es el Maestro divino, Quien guió a los apóstoles y profetas en toda la verdad conforme ellos se entregaban a escribir la revelación de Dios, la Biblia. Todo creyente posee la presencia del Espíritu Santo Quien mora en él, desde el momento de la salvación, y el deber de todos aquellos que han nacido del Espíritu, consiste en ser llenos del (controlados por) el Espíritu (Juan 16:13; Romanos 8:9; Efesios 5:18; 2 Pedro 1:19-21; 1 Juan 2:20,27).
El Espíritu Santo administra dones espirituales a la iglesia. El Espíritu Santo no se glorifica a Sí Mismo ni a Sus dones por medio de muestras ostentosas, sino que glorifica a Cristo al implementar Su obra de redención de los perdidos y edificación de los creyentes en la santísima fe (Juan 16:13-14; Hechos 1:8; 1 Corintios 12:4-11; 2 Corintios 3:18).
Creemos que el hombre fue directa e inmediatamente creado por Dios a Su imagen y semejanza. El hombre fue creado libre de pecado con una naturaleza racional, con inteligencia, voluntad, determinación personal, y responsabilidad moral para con Dios (Génesis 2:7, 15-25; Santiago 3:9). La intención de Dios en la creación del hombre fue que el hombre glorificara a Dios, disfrutara de la comunión con Dios, viviera su vida en la voluntad de Dios, y de esta manera cumpliera el propósito de Dios para el hombre en el mundo (Isaías 43:7; Colosenses 1:16; Apocalipsis 4:11).
Creemos que en el pecado de desobediencia de Adán a la voluntad revelada de Dios y a la Palabra de Dios, el hombre perdió su inocencia, incurrió en la pena de muerte espiritual y física; se volvió sujeto a la ira de Dios; y se volvió inherentemente corrupto y totalmente incapaz de escoger o hacer aquello que es aceptable a Dios fuera de la gracia divina. Sin poder alguno para tener la capacidad en sí mismo de restauración, el hombre está perdido sin esperanza alguna. Por lo tanto, la salvación es en su totalidad la obra de la gracia de Dios por medio de la obra redentora de nuestro Señor Jesucristo (Génesis 2:16-17; 3:1-19; Juan 3:36; Romanos 3:23; 6:23; 1 Corintios 2:14; Efesios 2:1-3; 1 Timoteo 2:13-14; 1 Juan 1:8).
Creemos que debido a que todos los hombres de todas las épocas de la historia estaban en Adán, se les ha transmitido una naturaleza corrompida por el pecado de Adán, siendo Jesucristo la única excepción. Por lo tanto, todos los hombres son pecadores por naturaleza, por decisión personal, y por declaración divina (Salmo 14:1-3; Jeremías 17:9; Romanos 3:9-18, 23; 5:10-12).
Creemos que la salvación es totalmente de Dios por gracia, basada en la redención de Jesucristo, el mérito de Su sangre derramada, y que no está basada en méritos humanos u obras (Juan 1:12; Efesios 1:7; 2:8-10; 1 Pedro 1:18-19).
Creemos que la regeneración es una obra sobrenatural del Espíritu Santo mediante la cual la naturaleza divina y la vida divina son dadas (Juan 3:3-7; Tito 3:5). Es instantánea y es llevada a cabo únicamente por el poder del Espíritu Santo a través de la Palabra de Dios (Juan 5:24), cuando el pecador en arrepentimiento, al ser capacitado por el Espíritu Santo, responde en fe a la provisión divina de la salvación.
Creemos que la justificación delante de Dios es un acto de Dios (Romanos 8:33), por medio del cual Él declara justos a aquellos a quienes, a través de la fe en Cristo, se arrepienten de sus pecados (Lucas 13:3; Hechos 2:38; 3:19; 11:18; Romanos 2:4; 2 Corintios 7:10; Isaías 55:6-7) y lo confiesan como Señor Soberano (Romanos 10:9-10; 1 Corintios 12:3; 2 Corintios 4:5; Filipenses 2:11). Esta justicia es independiente de cualquier virtud u obra del hombre (Romanos 3:20; 4:6) e involucra la imputación de nuestros pecados a Cristo (Colosenses 2:14; 1 Pedro 2:24) y la imputación de la justicia de Cristo a nosotros (1 Corintios 1:30; 2 Corintios 5:21). Por medio de esto Dios puede ser “el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Romanos 3:26).
Creemos que todo creyente es santificado (apartado) para Dios por la justificación y por lo tanto declarado santo y por lo tanto identificado como un santo. Esta santificación es posicional e instantánea y no debe ser confundida con la santificación progresiva. Esta santificación tiene que ver con la posición del creyente, no con su vida práctica actual o condición (Hechos 20:32; 1 Corintios 1:2, 30; 6:11; 2 Tesalonicenses 2:13; Hebreos 2:11; 3:1; 10:10, 14; 13:12; 1 Pedro 1:2).
Creemos que por la obra del Espíritu Santo también hay una santificación progresiva mediante la cual el estado del creyente es traído a un punto más cercano a la posición que disfruta por medio de la justificación. A través de la obediencia a la Palabra de Dios y la capacidad dada por el Espíritu Santo, el creyente es capaz de vivir una vida de mayor santidad en conformidad a la voluntad de Dios, volviéndose más y más como nuestro Señor Jesucristo (Juan 17:17, 19; Romanos 6:1-22; 2 Corintios 3:18; 1 Tesalonicenses 4:3-4; 5:23).
Con respecto a esto, Creemos que toda persona salva está involucrada en un conflicto diario, —la nueva naturaleza en Cristo batallando en contra de la carne—, pero hay provisión adecuada para la victoria por medio del poder del Espíritu Santo Quien mora en el creyente. No obstante, la batalla permanece en el creyente a lo largo de esta vida terrenal y nunca es terminada en su totalidad. La erradicación del pecado no es posible, pero el Espíritu Santo provee lo necesario para la victoria sobre el pecado (Gálatas 5:16-25; Efesios 4:22-24; Filipenses 3:12; Colosenses 3:9-10; 1 Pedro 1:14-16; 1 Juan 3:5-9).
Creemos que todos los que confían en Jesucristo son inmediatamente colocados por el Espíritu Santo en un Cuerpo espiritual unido, la iglesia (1 Corintios 12:12-13), la novia de Cristo (2 Corintios 11:2; Efesios 5:23-32; Apocalipsis 19:7-8), de la cual Cristo es la cabeza (Efesios 1:22; 4:15; Colosenses 1:18).
Creemos que la muerte física no involucra la pérdida de nuestra consciencia inmaterial (Apocalipsis 6:9-11), que el espíritu de los redimidos pasa inmediatamente a la presencia de Cristo (Lucas 23:43; Filipenses 1:23; 2 Corintios 5:8), que hay una separación entre el espíritu y el cuerpo (Filipenses 1:21-24), y que, para los redimidos, tal separación continuará hasta el arrebatamiento (1 Tesalonicenses 4:13-17), el cual inicia la primera resurrección (Apocalipsis 20:4-6), cuando nuestro espíritu y cuerpo se volverán a unir y serán glorificados para siempre con nuestro Señor (Filipenses 3:21; 1 Corintios 15:35-44, 50-54). Hasta ese momento, los espíritus de los redimidos en Cristo permanecerán en comunión gozosa con nuestro Señor Jesucristo (2 Corintios 5:8).
Creemos en la resurrección corporal de todos los hombres, los salvos para vida eterna (Juan 6:39; Romanos 8:10-11, 19-23; 2 Corintios 4:14), y los no creyentes a juicio y castigo eterno (Daniel 12:2; Juan 5:29; Apocalipsis 20:13-15).
Creemos que los espíritus de los que no son salvos en la muerte son guardados bajo castigo hasta la segunda resurrección (Lucas 16:19-26; Apocalipsis 20:13-15), cuando el espíritu y el cuerpo de resurrección serán unidos (Juan 5:28-29). Entonces ellos aparecerán en el juicio del Gran Trono Blanco (Apocalipsis 20:11-15) y serán arrojados al lago de fuego y azufre (Mateo 25:41-46), separados de la presencia de Dios para siempre (Daniel 12:2; Mateo 25:41-46; 2 Tesalonicenses 1:7-9).
Creemos que el evangelismo, la práctica intencional de compartir las Buenas Nuevas con todas las personas, es un mandamiento para toda la iglesia, de forma individual en primer lugar y luego para todos en unidad, para ir por todo el mundo y predicar el Evangelio, las Buenas Noticias, a toda criatura, siendo también un mandato para todos los creyentes el estar bíblicamente preparados para hacerlo (Marcos 16:15, Mateo 28:19-20; Lucas 24:47; 2 Corintios 5:18-20; Romanos 10:14-15; Hechos 1:8; 1 Pedro 2:9; 1 Pedro 3:15-16; Marcos 1:17).
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